12.1.14

La doctrina del shock

¿Qué opinas de este artículo? ¿está en lo cierto o no? Tiene que ver con el libro La doctrina del shock. 
Naomi Klein en 2007.
(Foto GFDL de Ministry of Truth,
vía Wikimedia Commons
No, no creo que esté en lo cierto, como no lo está ninguna otra teoría de la conspiración. Y, como todas las teorías de la conspiración, favorece una explicación simplista sobre una compleja para una serie de fenómenos diversos y a su vez complicados.

No es sorprendente porque Naomi Klein es desde hace años la gran negociante del antinegocio, la capitalista del anticapitalismo (ay, qué Stalin suena eso), la intelectual exquisita que ha acumulado millones de dólares con sus libros y conferencias sobre lo malo que es vender cosas y así. Me parece claro que tiene una serie de ideas firmes que no desafía en sus libros y que no somete a la prueba de los datos, y tiene un público fiel que sólo le seguirá pagando y la seguirá endiosando si sustenta ciertas convicciones que comparte dicho público y no les propone una visión crítica, cuestionadora o basada en datos que pudieran no endulzarle la oreja a los militantes del New Age. Es el estatus social de Klein que ya criticaban Heath y Potter en Rebelarse vende y que es como vender camisetas del Che, botas Doc Martens o máscaras de Guy Fawkes (copyright de la Warner) y decir que así se está haciendo la revolución.

Sólo como pinceladas para ejemplificar las sobresimplificaciones de Klein y de cómo parece que está jugando a reescribir la historia aprovechando que las atroces dictaduras en el Cono Sur ocurrieron hace mucho tiempo y ya nadie se acuerda de ellas (sobre todo entre su público, formado por gente muy joven, sobre todo europeos y estadounidenses y que desprecian mucho la historia, sobre todo cuando no les da la razón, como es el caso de ella, que tenía 3 años cuando los golpes de estado de Chile y Uruguay, y 6 años cuando el golpe militar en Argentina, 12 años cuando terminó la dictadura en Argentina y 15 cuando terminó la de Uruguay) y de que tuvieron características y orígenes no muy similares.

Cierto que los militares de la zona dieron golpes de estado y se apoyaron en Estados Unidos. Pero los soldadotes latinoamericanos siempre han hecho eso. Lo hacían antes de la guerra fría (pienso en el apoyo de la embajada de EE.UU. al golpe de estado de Victoriano Huerta en México en 1913). Ya lo hacían en el siglo XIX.

En el caso de las dictaduras de los 60-70, los golpistas sabían que los EE.UU. iban a apoyar y además tenían algunas claras coincidencias con los responsables de la política exterior en EE.UU. (en aquellos años la política exterior de Estados Unidos tampoco era un dechado de complejidad, se definía con una sola palabra: anticomunismo, en un espacio mental tan estrecho que "comunistas" venían siendo hasta los demócratas pacifistas liberales capitalistas que en Estados Unidos habrían ganado una elección por el Partido Demócrata, los escritores, los estudiantes, cualquiera que se preguntara cosas o quisiera libertades o estado de derecho... además, claro, de los comunistas que sí pretendían instaurar el comunismo en los países latinoamericanos, y que también existían).

Así que para "luchar contra el comunismo" Estados Unidos montó un sistema de apoyo a todo el que se llamara "anticomunista", fuera un periodista de cuarta categoría en México o un empresario medio subnormal en Bolivia, un político paranoico brasileño o un militarote chileno. No negaremos que la URSS por su parte montó un sistema de apoyo a todos los que se proclamaran luchadores por el comunismo, desde el financiamiento de armas hasta el turismo político a Cuba y los países de la zona de influencia soviética.

En Chile, el golpe de estado de 1973 fue apoyado por Estados Unidos: un régimen democráticamente electo estaba nacionalizando la economía y estableciendo un modo de producción comunista por decreto. Y peor, estaba por convocar un referéndum que podía ganar. Las relaciones entre Pinochet y algunas empresas estadounidenses, así como con la CIA y el Departamento de Estado, en el proceso de preparación y ejecución del golpe no son noticia, sin embargo. Ya estaban documentadas en libros para 1974, un año después del golpe, cosa que recordamos los que lo vivimos. Pero Klein aprovecha que su público carece de datos al respecto para reinventarles la historia en términos que los emocionen. En Chile no había una guerrilla comunista, pues, sino un gobierno comunista, pero democráticamente electo. La guerrilla se lanza 10 años después del golpe, tan débil que nunca representó un enemigo real. La dictadura hizo una masacre de inocentes sin más.

En Argentina por entonces y desde los 60, había al menos tres movimientos guerrilleros bien organizados desde tiempo atrás, Montoneros, ERP y FAP, pero nunca estuvieron ni cerca de llegar al poder. Gobernaba Isabel Perón, viuda del inexplicable Juan Domingo Perón manipulada por asesores delirantes como López Rega. Su gobierno ya había iniciado la guerra sucia contra la guerrilla de izquierda (es decir, la exterminación sin ajustarse al estado de derecho) un año antes del golpe. Lo que hacen los militares al frente del golpe es intensificar esa guerra sucia presuntamente anticomunista con el principal argumento de combatir el "terrorismo marxista" o algo así de duro, pero masacrando demócratas, libertarios, socialistas, liberales sociales, garantistas, constitucionalistas y, sí, a quienes estaban levantados en armas tratando de instaurar un régimen socialista en Argentina.

En Uruguay todo esto ocurrió antes (no después del golpe de Chile como alucina el artículo). La guerra sucia había comenzado en 1971 contra los Tupamaros (uno de cuyos combatientes hoy es presidente de Uruguay, por cierto). El gobierno electo de Bordaberry en 1972 se dio un autogolpe de estado en junio de 1973 y siguió su lucha anticomunista con el apoyo de Estados Unidos.

Así que la presencia de una guerrilla de izquierda es fundamental y no parece ser considerada como un factor por Klein, quien olvida un hecho tan colosal y determinante como la guerra fría, y el hecho de que la URSS, generalmente vía Cuba, apoyaba, financiaba y entrenaba a esos grupos guerrilleros en toda América Latina (la excepción, Cuba nunca financió guerrilleros en México, dicen los historiadores, por motivos no muy claros).

Lo que quizás un latinoamericano veía como una simple lucha contra las históricas injusticias cometidas contra los más pobres de su tierra por parte de los dueños del poder económico y político era, en Washington y Moscú, no más que parte del ajedrez de la guerra fría, del enfrentamiento entre dos imperios geoeconómicos que se disfrazaba de lucha entre "comunismo asesino y democracia libertaria" según los estadounidenses o de "comunismo justiciero e imperialismo asesino" según la URSS.

Y había muchos otros factores en juego en esa época. Al militarote latinoamericano no lo inventaron los Estados Unidos, hay un fenómeno histórico no despreciable detrás, relacionado con los esquemas de gobierno teocrático indígenas sumados a los esquemas monárquicos y de explotación de la conquista y la colonia que se convirtieron en el enfrentamiento liberal-conservador en la América independiente con distintas expresiones en distintos países durante todo el siglo XIX. No es lo mismo México que Colombia en los años 70, entre otras cosas porque la guerrilla mexicana rural siempre fue indígena y popular, sin apoyo de Cuba, y en México no se producía coca.

Toda esta complejidad se le va a Naomi Klein, que finalmente tiene que demostrar que lo que ella cree es lo correcto: todo mal viene del capitalismo, y todo bien parece venir de denunciarlo en un bestseller que le meta algunos millones de asquerosos dólares en la cuenta bancaria.

Reagan y Thatcher, aliados firmes.
(Foto DP, vía Wikimedia Commons)
Un último punto que en varias críticas me ha llamado la atención de cómo se reinventa la historia esta señora: según su teoría, Margaret Thatcher creó el conflicto de las Malvinas/Falklands para aplastar a los sindicatos y promover su agenda ultraneoliberal. No seré yo quien defienda a Thatcher, pero esto simplemente no es verdad. Y ciertamente la primera ministra no necesitaba un conflicto bicicletero al otro lado del mundo para hacer lo que hizo contra los trabajadores ingleses.

Basta atenerse a la cronología que Naomi Klein ignora o estira y comprime como un chicle: la guerra de las Malvinas es en 1982, la gran huelga minera que consolida el poder de Thatcher e implanta el neoliberalismo cavernario ocurre en 1984-1985, y los motines del impuesto por existir (poll tax) son en 1989 y de hecho la acaban llevando a renunciar. Pero en 1982 no pasaba nada de eso.

Fue Leopoldo Fortunato Galtieri, el dictador militar argentino, quien fue creando la tensión para impulsar el sentimiento patriótico argentino y buscar en él un punto de apoyo para mantenerse en el poder pese al desastre económico que vivía la dictadura militar. Todas las acciones que llevaron a la guerra fueron emprendidas por el gobierno argentino, hasta llegar a la ocupación militar de las islas el 2 de abril de 1982. La apuesta clara de Galtieri es que GB no se atreverá a responder y que Thatcher tiene otros problemas como un desempleo de 3 millones y la reorganización de todo su gobierno. La movilización británica, además, fue mínima y suficiente, porque Galtieri envió a los combatientes argentinos a las Malvinas/Falklands sin equipamiento ni ropa ni elementos de supervivencia; directamente al matadero, pues. Los soldados británicos que llegaron a las islas el 21 de mayo (así de poco preparada estaba Gran Bretaña para una chifladura como la de Galtieri) rescataron del congelamiento a más soldados argentinos que los 649 que murieron (muchos congelados). Peor aún, Galtieri contaba con que Estados Unidos, valedor de la dictadura, apoyara a Argentina con base en la doctrina Monroe que rechaza la intervención de otros países en asuntos del continente americano. Pero se llevó el chasco de que Reagan apoyó logísticamente y con inteligencia la respuesta militar británica. Pocos aliados ha habido tan cercanos como Reagan y Thatcher, que compartían un proyecto neoliberal extremo, una visión conservadora y brutal, y la decisión de acabar con la Unión Soviética a como diera lugar.

Todo esto no sólo era claro para quienes vivimos el desarrollo de los hechos siguiendo las noticias día a día, sino que históricamente está más que documentado. Como suele hacer la contracultura y el New Age, la enorme, casi exquisita complejidad de los acontecimientos de 40 años se reduce a una "doctrina" que se aplicó perfectamente (como todas las conspiraciones, sin error alguno) a partir de un manual de los años 50.

Conspiranoia la de Naomi Klein con algunas más pretensiones que la de Icke y Alex Jones, pero no esencialmente distinta. La realidad siempre es más compleja.

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Añadido a los pocos minutos: 
Sólo por dejar constancia, durante un par de años, junto con un grupo de compañeros periodistas y escritores brillantes como Mario Méndez Acosta, Carlos Laguna y otros, me vi implicado en dar una serie de conferencias promovidas por el ISSSTE por todo México todos los sábados. Volábamos el sábado en la mañana, dábamos la conferencia y regresábamos el domingo a casa. 
En una ocasión quizá en 1984-85, me tocó viajar con el poeta guatemalteco Otto-Raúl González a Chetumal, estado Quintana Roo, a dar la conferencia de rigor y por la noche salimos a tomar algo. En un momento dado, Otto tuvo un pequeño altercado con un joven rubio, alto y con corte de pelo militar, con el añadido de que Otto no sabía inglés, así que intervine para calmar los ánimos al tiempo que llegaba para lo mismo un tipo rubio, alto y con corte de pelo militar pero con bastantes más años, que resultó el superior del joven, ambos del ejército británico. Otto se encontró con otro amigo y el superior me invitó a sentarme con su grupo de subordinados, de un regimiento de paracaidistas. Resultó que pertenecían a las fuerzas destacadas en Belice para proteger al pequeño país recién independizado de GB (en 1981) de los intentos guatemaltecos por anexárselo. Al parecer Belice era aburridísimo y los soldados británicos preferían viajar unas decenas de kilómetros para divertirse en Chetumal, que tampoco era como un paraíso de la vida nocturna. 
El caso es que, conversando, el capitán (creo) de los británicos me relató sus anécdotas de la guerra de las Malvinas/Falklands, como parte de la fuerza invasora británica, al frente de un batallón de paracaidistas. El tipo era duro, obviamente, y por lo mismo me impresionó que se conmoviera al contar cómo, al llegar a las islas en paracaídas, se vieron movidos más a salvar que a disparar a los chicos argentinos (muchos de ellos conscriptos, es decir, haciendo el servicio militar, no soldados profesionales como los británicos) medio helados, hambrientos y sedientos, y llevarlos a los buques hospital que tenían estacionados al norte. Le había impactado la asimetría y decía que era casi un abuso combatir contra ellos en esas circunstancias. Comparaba el equipamiento profesional del ejército británico, explicándome su ropa térmica, sus comunicaciones, su apoyo logístico, con las condiciones lamentables en las que Galtieri había mandado a su ejército a un lugar tan frío e inhóspito. No conozco mejor testimonio del absurdo inmenso que fue esa guerra de 10 semanas, y de cómo los militares argentinos sacrificaban gente inocente, incluso a sus propias fuerzas, con menos compasión de la que podían sentir quienes eran sus oponentes en un conflicto armado.