29.8.17

El sueño de King, 54 años después

Estatua de Martin Luther King en el parque Abraham Lincoln
de la Ciudad de México. (Imagen CC, vía Wikimedia Commons) 
Hoy hace 54 años que Martin Luther King pronunció el discurso "I have a dream" ("Tengo un sueño") ante la estatua conmemorativa de Abraham Lincoln en Washington y para casi 300.000 manifestantes, uno de los momentos culminantes de la lucha de los negros por conseguir los mismos derechos civiles de los blancos en los Estados Unidos. Era el 28 de agosto de 1963 y algo más de 9 meses después, el 2 de julio de 1964, se promulgaba después de una feroz batalla legislativa la Ley de los Derechos Civiles, que declaraba ilegal cualquier discriminación basada en raza, color, religión, sexo u origen nacional y que, por tanto, iba más allá de la lucha original. Aún así, tardaría años en irse haciendo efectiva con la entrada de negros en las universidades, con la lucha de los latinoamericanos por su dignidad, por los movimientos feministas y altersexuales (de homosexuales, bisexuales, transexuales, etc.)

El mensaje de King era complejo y sabio. Enfrentaba a las organizaciones que buscaban no justicia, sino venganza, a los promotores de la violencia como Eldridge Cleaver (ladrón, violador confeso, uno de los líderes de los Panteras Negras y participante en actos guerrilleros que dejaron al menos dos policías heridos... y que luego devendría republicano ultraconservador) o Huey Newton (fundador de los Panteras Negras y acusado de asesinar a un policía), o el propio Malcolm X y la Nación del Islam, grupo musulmán específico de los Estados Unidos que defendía la creación de un estado racialmente puro... de sólo negros). Y anotaba en su discurso: "En el proceso de obtener nuestro lugar legítimo, no debemos ser culpables de actos indebidos. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio.

Cartel del FBI en busca
de Chaney, Goodman
y Schwerner. 
El mensaje de King era complejo y amplio, como cuando se refería a la lucha de muchos blancos conscientes en favor de los derechos civiles de todos. Esa lucha estaba vivamente ejemplificada por el asesinato de tres activistas por los derechos civiles en Mississippi apenas dos meses antes del discurso, el 21 de junio, un grupo de diez hombres bajo órdenes de varios miembros de los Caballeros Blancos del Ku Klux Klan de Mississippi asesinaron a tiros a James Chaney, joven negro de Mississipi, de 21 años de edad (a quien torturaron antes de matarlo); Andrew Goodman de 20 y Michael Schwerner de 24, dos chicos de origen judío de Nueva York. Los tres trabajaban con el Congreso para la Igualdad Racial promoviendo que los negros del Sur de los EE.UU. se empadronaran para votar y poder decidir sobre sus gobiernos.

Sus cuerpos no se encontraron sino hasta el 4 de agosto de 1964.

De ahí que King señalara en su discurso: "La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra no debe llevarnos a desconfiar de todos los blancos, pues muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a darse cuenta de que su destino está inextricablemente unido a nuestra libertad. No podemos caminar solos."

King entendía la esencia del racismo: juzgar a una persona por su aspecto externo, por su cultura o tradiciones. Juzgarla por lo que es y no por sus valores, opiniones, ideales, actos, pensamientos, sentimientos. Toda la lucha basada en la idea de que "todos los hombres son iguales", que también cita el discurso, tiene por objeto ir más allá de lo superficial para valorar a cada individuo en cuanto a lo más importante, a su mente y corazón. En ese sentido afirma: "Tengo el sueño de que mis cuatro pequeños hijos un día vivirán en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter".

Más allá de su inevitable mensaje religioso, como pastor que era, resonaba el humanismo que no dependía de la voluntad divina: "Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, luchar por la libertad juntos, sabiendo que seremos libres algún día".

Y su gran final,  producto de un orador experimentado: "Y cuando repique la libertad, cuando permitamos que repique la libertad, cuando la dejemos repicar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos apresurarnos hacia ese día en que todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, podremos unir las manos y cantar en las palabras del viejo espiritual negro: '¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias Dios todopoderosos, somos libres al fin!'"

Sólo queda un asunto ligeramente amargo en este recordatorio de un gran momento del siglo XX... la idea de que algunos, hoy, algunos que también se llenan la boca con las palabras "justicia" y "libertad" y "democracia" y "pueblo" encontrarían odiosas las palabras de King si tan solo reflexionaran en ellas.

Los defensores de la política de identidades aborrecerían estos pasajes si los abordaran.

Esas personas para quienes los blancos no deben defender los derechos de los negros (o de los indostanos, o los árabes, o los latinoamericanos, o los asiáticos) y desprecian la idea de hermandad. Y dicen que los hombres no son bienvenidos en la lucha por la igualdad de la mujer, y los heterosexuales deben abstenerse de trabajar en favor de los derechos de los altersexuales. Porque todos somos diferentes y debemos mantenernos separados... segregados (decía King en su discurso: "Ahora es el momento de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación, hacia la soleada ruta de la justicia racial").

¿Qué tendrían que decir quienes afirman, insisten, exigen que la gente se defina por su color, género, sexo, preferencia sexual, estatura, peso corporal, deficiencias o no de todo tipo (discapacidades físicas o mentales de todo tipo, cada quien en su pequeño casillero, en su nicho, sin contaminarse, sin tocarse, sin hablarse y, sobre todo, sin correr el peligro de ofenderse entre sí, porque entonces la venganza y la censura y la violencia toman la palabra.

¿Acaso le reprocharían a King que usara la palabra "negroes" en lugar de emplear una fórmula que no pudieran hallar "ofensiva"(como si pudiera evitarse ofender a quien está decidido a sentirse ofendido por todo, todo el tiempo)?

Porque tenemos con nosotros todavía a los que siguen juzgando a los demás por el color de su piel y no por el contenido de su carácter. Y no son sólo los nazis (no hay neonazis, son nazis), los rescoldos del Ku Klux Klan, los supremacistas blancos, sino también algunos --no sé cuantos, espero que sean una minoría marginalísima-- que promueven el odio y la violencia, la censura y la división entre identidades mientras se fingen avatares del progreso y promotores de la justicia social. Son los que se dedican a puntuar a cada ser humano, usando el cruel ábaco del tribunal inquisitorial para decidir quién es más víctima y quién es más victimario por lo que es, sin importar lo que piense... quién es más distinto en un mundo donde no hay iguales porque la igualdad parece resultarles una idea despreciable y repugnante.

Mucho se ha avanzado en 54 años no sólo en Estados Unidos, sino en gran parte del mundo, donde no hace tanto tantos grupos humanos carecían de toda defensa legal ante la injusticia. Mucho falta por hacerse, muchísimo, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo. Pero también mucho estamos retrocediendo desde que los enemigos de la razón empezaron a luchar por tomar en sus manos el timón del progreso para convertirlo en regreso y desandar el camino ya recorrido sin importar que King dijera: "A medida que caminamos, debemos hacer el juramento de que siempre marcharemos hacia adelante. No podemos volver atrás". O quizá por llevarle la contraria.

No debemos volver atrás. Aunque en el proceso algunos sean acusados del terrible pecado de preferir avanzar en lugar de volverse conservadores y policías de todos los demás.